miércoles, 21 de diciembre de 2011

Tuve

Tuve deseos de matarla

Puede suceder a veces, no es tan raro. la humanidad ha evolucionado, para bien y para mal, gracias a todos aquellos que murieron o mataron o se dejaron morir o matar o no supieron evitarlo. Las tribus que guerreaban hasta convertirse en imperios que sacrificaban cientos de vidas, el exterminio masivo, controlado y descontrolado, los asesinatos, ajusticiamientos, guerras, revueltas, linchamientos han hecho al mundo llegar hasta donde está hoy. Y donde está hoy se supone que es bueno, dicen. Los estadistas se felicitan, ls habitantes del mundo entero hablan de progreso.

Controlamos las reacciones más primarias, los anhelos más profundos, racionalizamos, proponemos normas. Pero el instinto está ahí.

Yo sin embargo, no sé en qué puede beneficiar al mundo que tuviera verdaderos, reales y concretos deseos de matar. Que se me agarrotaran las manos en torno a su cuello, que me palpitara el corazón hasta no poder siquiera respirar, que sintieratoda la fuerza de mi cuerpo concentrada en mis brazos.Que quisiera morir también, que no sepa cómo reaccionar ahora, cuando ella aún respira y pienso que no debiera, que no se merece seguir respirando.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Una historia sin importancia

(Fábula histriónica )

En el viñedo el sol surgía tras las montañas, en los últimos días de la vendimia, hacia las ocho de la mañana. once horas de intenso sol incidieron con tesón en las uvas de aquel racimo. Sucedió que la uva de la que hablábamos se hallaba a trasmano, bajo la sombra de una amplia hoja que por capricho de la naturaleza se hallaba en aquel ángulo. Debido a estos y otros condicionantes la uva no acabó siendo una de aquellas lozanas uvas gigantescas de su racimo, lo cual no le libró de la llegada de un gusano que mordió su piel mientras -ironías- dejaba sin tocar las grandes uvas, que sobrevivieron frescas e imponentes, ejemplares destacados de su variedad. Llegó la vendimia y recogieron todas las uvas, que acabaron esparcidas en lo que se llama un pasero, que es una porción de terreno cubierto por una lona o plástico. Allí se dejan a secar las uvas que acabarán convirtiéndose en pasas. En esta ocasión, la uva a la que nos referimos fue colocada en un lugar donde recibió directamente los rayos del sol, de manera que su pulpa ya carcomida por las plagas se secó mucho antes que la de sus congéneres. Fueron todas recogidas el dí señlado y transportadas en grandes cestos hasta una pequeña fábrica, casi artesanal, donde u n especie de embudo automatizado distribuía las pasas en montones de 375 gramos que la misma máquina embolsaba merced a un ingenio que transportaba cints de plástico , las cortaba y las termosellaba. Quiso el destino que la uva maltratada que se convirtió en pasa reseca acabara en la parte superior de una de aquellas bolsas. Las bolsas fueron colocadas en cajas de 20 uniddes cada una y estas cajas fueron empaquetadas en conjuntos de diez cajas. Estos portews fueron cargdos en una furgoneta y llevados a un centro de grandes compras y distribución logística de un importante hipermercado. Allí las cajas fueron desenvaladas, repartidas a diversas sucursales y finalmente colocadas en las estanterías de compra justo el día 14 del mes, pocas horas antes de que Esperanza Sierra Pasara pòr allí aprovechando que habían anulado una reunión que tenía aquella tarde. Compro la bolsa de uvas pasas en que se hallaba la uva susodicha. La llevó a casa, la colocó en un bol que puso sobre la mesilla junto a la tele, allí donde se hallaba su marido, Antonio Fernández, viendo el futbol, que ya había comenzado.

Luisito Fernández Sierra, hijo de ambos, de cinco años de edad se acercó curioso. Preguntó que era aquello del bol. Vio a su padre comer las pasas con fruición, y a pesar de su aspecto extraño (aquellas arrugas) se decidió a probar una,tal como le pedían sus padres. To mo la uva mordida por un gusano, la que se había desecado bajo el fiero sol. la probó mordiendo una esquina. El sabor le desagradó profundamente y acabó tirándola asqueado, bajo la mirada reprobatoria de su padre (a quien no le gustaba que su hijo escupiera) y su madre.

En el futuro el niño dirá siempre que no le gustan las pasas aunque en puridad solo probó una y esta una era justamente la peor que podría haber probado. Y sin embargo siempre miró las pasas con desagrado y repugnancia manifiesta.¿Es ello justo, equitativo acaso? ¿Razonable?

De la misma manera actúa el mundo con nosotros.

miércoles, 27 de abril de 2011

Historia del niño y la hormiga

el niño estaba tirado sobre la tierra del parque. Era una especie de gravilla espesa e hiriente que con cualquier caida desgarraba enseguida la piel. Frente a sus ojos una hormiga escalaba grano a grano, confundida, errante, poseída del frenesí de quien se halla solo y perdido ante un mundo demasiado grande. De eso se daba cuenta el niño aunque no pudier explicarlo de ninguna forma. Jugó a entorpecer su camino a labrar su miedo interponiendo estratégicamente ramas,hojas secas y cáscaras de pipas. La enterró varias veces para contemplar como resurgía exhausta de entre los resquicios que dejaba la grava, denodadamente tratando de sobrevivir, quizás llegar a alguna parte. Y puede que el niño se preguntara por que tanto empeño, tanta desesperación, con qué último sentido. y con cuanta fuerza pugnaba la vida por continuar. Con precisión de cirujano aplastó una pata, podía sentir el aullido de desesperación, el frenesí multiplicado por escapar. Ŕl era solo un niño y se preguntó por primera vez quizás qué podía significar pars el mundo la minucia de una vida. Le seccionó el abdomen y se dedicó a observar con espíritu casi científico como las dos partes arrancadas de cuajo la una de la otra se retorcían -pero no sentía en realidad su dolor- y convulsionaban espasmódicamente. Entonces escuchó que le llamaban. Era su padren vestido con su camisa marrón. Miró rápidamente hacia arriba y vió que se encendían las farolas. Era tarde. Pero su padre no le riñó. Lo acompañó a casa cogido de la mano. Cenaron sopa. De postre había plátanos o yogur. Cuando se acostó su madre le dio un beso y le dijo que le quería.

domingo, 24 de abril de 2011

Viento

Una tarde en casa sintieron un viento extraño que despertó a los gemelos que dormían la siesta -siempre al unísono- en la cunita. La abuela miró al horizonte y los tíos se preguntaron si había alguna ventana abierta. Mientras tanto al abuelo se le levantaban los cuatro pelos del cogote con el aire que se arremolinaba en el soleado salón y los niños mayores, que hace tiempo se habían levantado de la mesa que les habían puesto aparte y se habían puesto a correr sin sentido y a saltar los escalones, se pararon en seco y miraron alrededor, como si pudieran seguir el hálito invisible de aquel viento que tanto sorprendió en aquella casa. Aquel momento en que todos nos detuvimos se quedó también detenido en mi memoria. Y cada vez que intento recuperar el pasado que hemos perdido surca por mi mente aquel viento que no parece amainar nunca.

El caso

Fernando Gómez Chacón confesó siete crimenes que no había cometido. Si hubiese confesado uno o dos tal vez le hubieran creido sin molestarse demasiado en comprobarlo, pero siete son muchos muertos. Por que la verdad es que todos estaban muertos. Muertos sin remisión. Pero ciertos detalles no coincidían. Como por ejemplo que a Victoria S. Afirmarla haberla estrangulado con sus propias manos, porque era cierto que la autopsia había fallado la muerte por asfixia, pero había determinado que el estrangulamiento se había realizado con una cuerda. En ningún lugar de la casa aparecieron, por lo demás, las huellas de Fernando Gómez. Tampoco los perfiles de Isabel O. De Hortensia G. Y Elisa P. fueron coincidentes con las confesiones del reo. Hoy en día la sicología moderna nos habla de complejos de culpa para explicar esta tipo de conductas. En aquella época, sin embargo, no era tan común. ¿Es que te has cansado de vivir? Le preguntaban entre bromas y veras en la comisaría de Chamartín. Una vieja asidua de aquellas instalaciones a la que detenían por prostitución en l a vá pública reconoció a Gomez Chacón mientras lo tras ladaban y lo comentó de tal forma que un agente lo oyó y pudieron estirar del hilo. Que era casado pese a afirmar lo contrario, para empezar.

jueves, 21 de abril de 2011

La puta de la cabra

Es difícil imaginar que extrañas circunvalaciones había designado el cielo para que aquella cabritilla se salvara del naufragio del Baltic Star, un buque que como su nombre no podía menos que designar, ni hacia ruta por el báltico ni lucía bandera de país alguno bañado por aquel mar. Y no obstante, allí estaba aquel animal, balando erguida sobre una tabla desbalastada a la que quise aferrarme entre el oleaje. La imágen es digna de recordar aún en las peores horas y verme allí tumbado, con el animal lamiéndome la cara en las interminables horas en que flotamos a la deriva lo merece sin duda. Esas y otras horas tan amargas las pasé delirando sobre el malogrado final del barco. Pensaba en mi mujer y la imaginé sobre otra tabla, junto a otra cabra. Y se acostaría a chupar de su ubre, como hacía yo en las horas más cenitales del día. Luego me acordé de cuanto la odiaba, a mi mujer, me refiero, y con cunto placer la hubiera visto hundirse.

lunes, 14 de marzo de 2011

Bravo por la música

Estábamos llegando al puente cuando cantaste aquella canción en italiano. Era de noche y había llovido mucho. Llevaba toda la semana lloviendo irregularmente pero con intensidad, y habíamos pasado demasiadas tardes sintiendo la lluvia caer, sin hacer nada más. Pero entonces ya no llovía, y la noche era fresca y limpia. El último minuto de tu vida cantabas por entre los labios una canción en italiano, algo que yo no conocía. Íbamos al bar del hotel, pero estaba cerrado, se veía desde lejos. Apoyados en la barandilla del puente que cruzaba el río pensé en besarte. Tú debías pensar en aquello que había traido a tu mente la cancioncilla que tarareabas aún, casi impercetiblemente. Entonces giraste sobre tus talones y diste dos pasos hacia atrás, como para respirar mejor. Lo último que debiste oir fue el chirrido de un frenazo, quizás oirías también el crujir de tus propios huesos triturados por los neumáticos.Luego nada más. Ahora tengo aquella canción en mi ipòd. Cuando suena me acuerdo de ti.

viernes, 4 de marzo de 2011

Fascículos

Encontré un bonito estudio cerca de la via Goldoni, no muy lejos de Santa Maria del Trastevere y del mismisimo Tiber que da nombre al barrio. Llevaba ya dos meses con Palermina y tenía la esperanza de que viniera a vivir conmigo cuando acabara de decidirse a dejar el piso que comparte con esa resentida de Guillerma cerca de la via Apia, más allá de las murallas Trivertinas. Por las noches la voy a buscar después de salir de la librería y vamos a mi barrio. Cuando se sube en la moto siempre me hace prometerla que iré con cuidado. Cenamos pizza en un horno cerca de mi casa o salimos a tomar algo o vamos a la strada di Ugo Foscolo a pasar un rato en el bar de un amigo de la universidad. En Roma siempre parece primavera y hasta me olvido de las veinte páginas que tengo que traducir robándole horas al sueño para acabarlas antes de la una del mediodía, que es cuando empieza mi turno en la librería y luego ir a recoger a Palermina y acariciarle el cabello negro y sentir su cuerpo pegado al mío en la moto al volver de más allá de las murallas Trivertinas. ¿Por qué se llamarán así?

Cuando se fue se me quedó la casa vacía. Sucia, con todo amontonado por todas partes, pero vacía. Y tengo que decir que fue un descanso. No dormía más, por que la soledad cuando es tan repentina desvela más que calma al cuerpo. Palermina me llamaba todas las noches, me contaba como iba la salud de su padre, me hablaba de las amigas que había reencontrado, de cómo había cambiado Palermo en el tiempo que había estado fuera. Yo le pedía siempre que volviera pronto y le contaba que había empezado a trabajar escribiendo relleno para una editorial de prensa. Escribía falsas cartas de falsas lectoras de una revista femenina, reportajes sobre coches (todo copiado de internet) escapadas de fin de semana para una revista de política, cosas así. Luego me pidieron que escribiera una serie de relatos semirrealistas para una revista de adolescentes. Yo lo convertí en una novela por entregas en que la protagonista principal se llamaba Carla y sale de Palermo para ir a estudiar a Roma. En el segundo capítulo empieza ya a tontear con el Hombre con mayúsculas que cambiará su vida y la trastornará hasta enamorarla perdidamente. No le puse nombre, solo lo llamé el Hombre, con mayúscula para no poner mi propio nombre y por que no supe inventarme otro. Por supuesto que Carla era Palermina, aunque Palermina tampoco era su verdadero nombre.

Algo debí hacer bien, quizás tenía un talento que ni yo mismo había descubierto, porque para el quinto fascículo ya estaban muy emocionados en la editorial y me hicieron firmar un contrato para veinte entregas más.Renovable,por supuesto. Con muchas claúsulas que leí muy por encima. Me llevé mi pluma para firmarlo, la pluma buena, la que me regaló mi madre. En mi historia, Carla se encontraba con el Hombre y comenzaban a llamarse, y ella sentía la desazón, el leve hormigueo del amor. Roma olía a primavera y atardecía en el Trastevere, cuando el Hombre había llevado a Carla en su moto hasta el mirador. Ante ellos las cúpulas de la ciudad milenaria.

Palermina en cambio estaba cada vez más arisca. Seguía en Palermo y cada vez tenía menos ganas de hablar conmigo. Un día me dijo que no la llamara más. Por supuesto la llamé cincuenta veces aquel día, y cuando me lo cogió me pidió que no la siguiera molestando, que se swntía muy confundida y que ya me llamaría. También me dijo que hablaba mucho con Ettore, que yo sabía que era su ex, de quien ya me había contado algunas historias. Por supuesto que Ettore apareció en la siguiente entrega, esta vez con el nombre de Cesare. Era el antagonista perfecto. Pronto comprendí que Cesare debía existir para generar el conflicto, que ya veríamos si era el principal en la historia. Aún rellené dos capítulos más con los devaneos de Cesare intentando camelar a la aún inocente Carla. También me di cuenta de que el padre de Palermina, perdón, Carla, debía gfinalizar su agonía. Así llegaría el punto en que Carla, tras el periodo de duelo -ya presiento el dramatismo, ya imagino las palabras con que describiré el cuarto oscuro donde el padre expira- deberá decidir si se queda y retoma su relación con Ettore, quiero decir, con Cesare. Entonces no volverá a ver los atardeceres de Roma, ni reirá junto a mi -el Hombre con mayúscula- en un pequeño cuartucºho del Trastevere, cerca de Tíber

La tonta de antes

He sido tu amiga, tu compañera y tu amante de ocasión. Ahora me llamas desde una cabina y me dices que te sientes perdido. Pero no has pensado que ya no soy la tonta de antes. La que encontraste por la calle, a la que nunca redimiste de nada. Me parece mentira estar escuchandote aún. Yo ya te dije que no sabias lo que perdías ni lo que ganabas. Y te dije que no se podía vivir. Y no sabes lo que he pasado yo. Yo, que maldita sea la hora en que te vi y la que te dejé de ver, así te lo digo. En la casa vacía, arrastrandome por bares y pubs, estrujándome el cuerpo con dietas, llorando en el retrete de las discotecas, en fin, ni te cuento, para qué. Que me he cambiado el peinado cinco veces en tres meses, que me he dejado magrear en coches, esquinas oscuras, portales. Que no sé que hacer conmigo misma y que a veces imagino que me llamas desde una cabina en medio de la noche y me dices que te sientes perdido. Ja. Y entonces te digo que ya no soy la tonta de antes.

jueves, 3 de marzo de 2011

NYC taxi

Las cosas no necesariamente han de ir mejor pero no me sirve de nada pensar en la gran verdad que eso representa. Parece complicado. Quizás lo sea. un claro ejemplo de que en el taxi se piensa demasiado. Los hay que no saben estar solos yh los que no saben estar acompañados durante mucho tiempo. Yo más bien soy de los segundos. Voy fluyendo por ñas atestadas avenidas, tamborileando con los dedos las melodias de la radio. En mi burbuja rodante. A veces llama Cindy, supongo que quiere recuperarme para su mundo. Quince minutos de conversacion me duelen tanto como un matrimonio roto. Pero nada cambia y por delante me quedan calles y avenidas que recorrer. Y asi eternamente por que aqui nadie te molesta demasiado, ni te sonríe falsamente, ni te dice que te quiere cuando no es cierto.
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martes, 8 de febrero de 2011

Share

Cuando comprobamos la eficacia del producto que vendíamos -en esencia la representación de una realidad adulterada- vimos la necesidad de que no se nos escapara el filón. Habíamos tenido éxito con algunas de las personas a las que habíamoslanzado al ruedo del espectáculo, pero la televisión no tiene fórmulas infalibles.
- ¿Cómo evolucionó este modelo televisivo?

Nos dimos cuenta de que en pocos añois habíamos saturado el negocio. Era una reacción lógica, claro. Inventábamos constantemente para ofrecer novedades que siguieran atrayendo al públioc en masa. El share siempre mandaba y en algún momento llegamos a mandar sobre él.Pero llegamos a un punto en que no supimosqué más inventar. El género "rosa" estaba llegando al agotamiento. El equipo ejecutivo de la cadena decidió pasarse al docushow.

-¿Fue entonces cuando sucedió el caso de Amanda Reverte?

Fue una evolución lógica. Hicimos varias pruebas que tuvieron éxito moderado. Algunas desaparecieron rápidamente de antena. Con Amanda creimos que podríamos mejorar en el formato. Apareció en una pequeña noticia de las revistas, apenas un breve, una persona con una relación muy colateral con respecto al mundo del famoseo que ya habíamos agotado. La hicimos famosa, aunque fuera a su pesar. La seguimos a todas partes, escuadriñamos su pasado, investigamos a sus allegados, preguntamos a sus vecvinos, atacamos a sus parientes con invectivas, pusimos a una legión de comentariastas a criticarla y defenderla, grabamos en cámara oculta sus compras, sus paseos, sus conversaciones. Tanto si colaboraba como no.

- ¿Cuál fueron las claves para conseguir un resultado de share tan elevado?

Creo que lo esencial era el anonimato. Llenamos muchas horas con eso. Importaba también el físico -no era agraciada, como recordará- y la vulgaridad de su figura. Teníamos una nueva Esteban, estaba claro.

- Y entonces sucedió...

Sí, entonces sucedió lo que no esperábamos. Eso nos dio para varios especiales, todos en prime time. En la cadena no podíamos creernos el haber tenido tanta suerte. Un hito en el registro de audiencias cuando Amanda se suicidó.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Apunten disparen

Lo suyo superaba cualquier lógica o cualquier posible explicación incluso para el mismo Alfredo. Nunca destacó por nada, y hasta le costó acabar sacándose el graduado, pero no hacía falta pensar mucho para entender que lo suyo no podía ser más que algo diabólico, algo de brujería. Eso pensó frente a aquel Seat Ibiza, cuando encañonó al camionero. Cuando descubrió el fenómeno tenía 19 años y trabajaba en un taller. Su mayor ilusión era ahorrar para comprarse un Volkswagen Golf (el mismo coche que tiene ahora pero en la versión más nueva) Tenía una novia, se pasaba un poco con la farlopa, y aunque él no lo sabía, nadie lo apreciaba demasiado, ni sus padres, ni sus suegros, ni siquiera su novia, que apenas podía quererse a si misma, y eso cuando le dejaba tiempo un chico llamado Sandro que vendía pollos a l'ast y patatas debajo de su casa. Por lo demás no tennía más aficiones que ver la tele. No era fan de nada, ni le interesaba un estilo de música en especial, ni leía nunca nada que no fueran los carteles, ni iba al cine ni hacia otra cosa que ir al parque a fumar porros y hablar de coches con los colegas. Los fines de semana salía de botellón. Así era la vida de Alfredo.

Un día, intentando aparcar en el centro comercial hizo el gesto. El gesto consistía en situar los dedos imitando una pistola en la que el índice haría de cañón y el pulgar de gatillo. Dobló el pulgar e hizo con la boca es sonido de un disparo. Tardó en darse cuenta de que el conductor del otro coche estaba muerto. Fulminantemente. Se lió una buena -para empezar el coche bloqueaba un vial de un párquing ya de por si sobresaturado en un sábado de principios de mes- pero Alfredo ni siquiera relacionó lo suyo con la muerte de aquel hombre. Estuvo husmeando un poco por el puro morbo, como pasa siempre, y cuando pudo sacar el coche estaba tan harto que se fue al McAuto a hacer cola. Mientras se acababa el Big Mac en el coche aparcado en un descampado del polígono, se miró los dedos. No podía ser cierto aquello que se le pasó por la mente. Probó otra vez, como en broma e hizo como que disparaba a la mujer que pasaba conduciendo un Seat Ibiza. El coche giró a la izquierda violentamente, con chirriar de ruedas incluido, y acabó estampándose contra una farola. Alfredo salió corriendo, con medio bocado en la boca, hasta el coche.Un camionero paró también, y ante su inoperancia, abrió la puerta del coche, desabrochó el cinturón, tomó a la mujer de los hombros y la sacó. Estaba muerta, por supuesto, pero el hombre aquel intentaba reanimarla. Alfredo, estupefacto, no podía creer lo que estaba pensando. Sus dedos puestos en forma de L, como una pistola, en realidad mataban a la gente. No podía ser. Movió varias veces la mano en el mismo gesto. A su lado el camionero cayó también al suelo, como desvanecido de repente. Muerto.

Aterrado y sorprendido a partes iguales, Alfredo contemplaba su mano con mirada paranoica. Se acercó la punta del dedo a ola nariz, siempre conservando el gesto de la pistola con el pulgar contraido. Miraba su dedo. ¿De verdad podía matar? Sin pensarlo soltó el pulgar.

Cayó al suelo, fulminado.

lunes, 31 de enero de 2011

Un copazo

"Ahora, -le susurró el empresario olivarero a Manuel Toquero- dejamos en casa a las señoras y nos vamos tú y yo ahí al Zafiro a celebrarlo pero de verdad."

Y Manuel dijo que sí, poniendo cara como de complice satisfacción, aunque por dentro estaba pensando a ver cómo se lo decía a la Espe, que menuda fiera está hecha, tan a la medida de un calzonazos como él. Así que mientras el empresario olivarero -dueño de una modesta almazara que tiene su apellido: Aceites Pedraza- le susurraba iniquidades acerca de unas chicas que había conocido en el Zafiro, y en tanto que sus dos respectivas volvían del lavabo y se acercaban ya a la mesa aún con los platos con restos de entrecot para ellos y ensalada para ellas, Manuel Toquero seguía pensando qué ostias podía inventarse para dejar a todo el mundo contento, es decir, mayormente su señora y su jefe que se había convertido en su socio en el negocio inmobiliario en que empezaban a meter la cabeza. Sin olvidar las pericas del Zafiro, claro. Mentir. Eso era a lo que dedicaba más esfuerzos en su vida. Dando excusas, dilatando plazos, alterando documentos, y en definitiva mintiendo abiertamente, se había hecho una carrera o al menos había sobrevivido a veces hasta holgadamente (aunque eso durara poco tiempo)en lo económico y había echado adelante una familia con sus más y sus menos en lo personal. Cada cierto tiempo Espe se iba con los niños a casa de sus padres (dos calles más abajo de la suya) y amenazaba con cualquier cosa que se le viniera a la mente (mayormente dejarle arruinado, como si no lo estuviera ya) Tenía amigos en todos los bares y gestorías del pueblo, tenía buena mano para cualquier clase de chanchullo, disponía en herencia de un tercio de la gasolinera del pueblo,que gestionaba su hermano por que a el siempre le consideraron demasiado chanchullero para las finanzas. Ese era Manuel Toquero, el hombre cansado, algo encorvado, algo calvo, con el rostro algo cuarteado, la camisa de rayas con el cuello de otro color... dándole vueltas a la cabeza para ver como podía resolver el entuerto. Espe había bebido bastante, sobre todo cuando pidieron cava para el postre, y probablemente querría que tuvieran una de sus raras ocasiones de encuentro sexual. Ya se sabe, ponte aquí, sí, no, así no, ah, me haces daño, ponte más para allá, no hagas eso... lo típico. Y Toquero le hablaría de cómo se iban a forrar, pero forrar de verdad, y Malí, la dominicana del Zafiro le pondría morritos y le pediría más dinero, sobre todo si le veía con Toquero, y le hablaría de sus hijos en su colegio internado, tan repeinaditos.

Y mientras su señora seguía planeando con la Carlota ir a la capital de provincia a probarse unos abrigos en el Zara y Toquero pedía al dueño del restaurante más coñac y elogiaba la calidad de los alimentos, justo entonces, Manuel se sintió triste y solo. Cansado, abatido, harto.

Se levantó inopinadamente y camino lento hacia la cristalera desde dónde se veía la campiña a la luz de la luna, y no muy lejos el solar donde las máquinas a esas horas abandonadas habían empezado a construir un polígono que sería impresionante.

- ¿Qué haces ahí? - le preguntaron desde la mesa con más desapego que preocupación.

El camarero retiraba las servilletas sucias y arrugadas que habían quedado sobre la mesa, las copas sucias con algún poso,las cucharillas de café, las tazas. Mientras tanto, el dueño del restaurante iba sirviendo coñac en dos copones y licor digestivo -para las señoras- en dos copitas finas. Toquero seguía contemplando el horizonte de la noche tras los ventanales, mesándose el pelo.
- ¿Te pasa algo?- le volvieron a preguntar.

Toquero volvió a la mesa en silencio, con paso cansado, la mirada torva.

-Me siento melancólico- dijo con la mirada perdida.

Aguantó con estoicismo la risotada que se desató en la mesa, entre los camareros y hasta su propia señora. Bebió el coñac de un trago.

-Iros todos a la mierda- dijo.

lunes, 17 de enero de 2011

Cortometraje

En el nuevo cortometraje he pensado que no debiéramos complicarnos tanto. Todo muy espartano, como se suele decir. Esto significa: dos personas hablando en una taberna mientras juegan a las cartas. Ya está. Nada más. Dos personas jugando a las cartas. Sí,ya sé lo que me vas a decir, que eso no tiene atractivo alguno, que eso no es cine de verdad. Pero a mi me dolía la espalda de tanto llevar aquel trípode de un lado al otro, y no soy capaz de ver en mi portátil los cortes que grabamos, asi que no podemos montarlo más que en un superordenador que soporte los nosecuantos megabytes de un video en HD. Y yo me pregunto, para que quieres grabarlo en HD si al final no lo va a ver nadie por que no lo puedes montar. Piensa en toda la gente a la que movimos, todo el trabajo (el de guión se nos quedó escaso) todo eso de mover mesas, poner focos, los nervios, las discusiones, el actor principal que viene tarde por que ha perdido el tren, buscar la llave de la casa en la que hay que grabar la escena del salón, esperar a que caiga la tarde para que entre por las ventanas la luz del atardecer y la protagonista femenina piense en la muerte mientras fuma... Todo eso fue demasiado, así que el próximo corto lo hacemos en un bar cualquiera o incluso en tu casa si quieres. Nada de travellings. Todo plano medio,así a saco.Y lo que más tenemos que evitar son las sugerencias, como tú las llamas. Nada de sugerencias, que eso solo es pedantería y luego nadie lo entiende. Un bar y dos personas jugando a las cartas tranquilamente. Sobre la mesa un libro en francés, que eso siempre queda bien. Y sobre el libro un cenicero. Y dos copas de esas de cristal azul que tienes en tu casa.Ya me lo estoy imaginando, una música de clarinete que se va apagando mientras la cámara entra en el bar...no olvida eso, hemos dicho nada de travellings. Mejor enfocamos una foto colgada de la pared ¿Qué foto? Ya lo iremos pensando,pero tengo una en casa en que se ve un bosque y en un lado una figura blanca como de mujer...bueno, quizá eso tampoco, que eso es sugerir y ya hemos dicho que eso de las sugerencias nadie lo entiende, sí y queda pedante. Una foto cualquiera,da igual, ya inventaremos algo. pero nada de travellings que en el últimno corto querías montar el trípode en un monopatín para hacerlo y no se puede sertan cutre. Así que se abre zoom y allí están los dos jugadores, fumando sin quitarse el cigarrillo de la boca.Luego apareces tú y los matas a los dos. Y ya está. Antes de aacabar se ve que las cartas con las que jugaban eran de esas invertidas, tengo una amiga que tiene una de esas en su casa, se la podemos pedir, pero tenemos que esperar que vuelva de Dresden que esytá allí haciendo un Erasmus ¿Qué por qué lo de las cartas invertidas? No sé, ya inventaremos algo.

martes, 21 de diciembre de 2010

Fábula de la libertad

Pero no había conocido más que su jaula, y el intenso y húmedo olor a azufre y sal de los humanos empezaba a desconcertarle menos que antes y ya no le aturdía como en los tiempos en que tiritaba bajo el serrín y se aferraba a los blancos barrotes, intentando roerlos con los dientes. Alguna vez le sacaban y lo tenían de un lado a otro. Pero ¡Qué confortable le parecía entonces su jaula, lejos de aquellos seres que le manoseaban, le apretaban el abdomen, le hacían crujir los huesos!

Al cabo de mucho tiempo llegó ella.

No fue fácil. Había pasado tanto tiempo solo que apenas recordaba ya el aroma de su propia piel, el tacto de su propia madre cuando se amamantaba. Se alejó. Ella roía los barrotes de la jaula, intentaba escalar por la rueda que le habían puesto. Pasó mucho tiempo aturdida por el intenso y húmedo olor a azufre y a sal de los humanos. El la miraba extrañado desde su rincón, junto al almacén de pipas y frutos secos que había conseguido reunir en tanto tiempo. La miraba arrugando la nariz, temeroso. Ella en algunas ocasiones se acercaba, y entonces él corría alrededor de la jaula, inquieto de tenerla tan cerca.

Y sin embargo, en el fondo sabía que acabarían uniéndose, que tendrían una camada. Que les quitarían a los hijos como hicieron con él cuando lo separaron de su madre y le metieron en aquella jaula. Les quitarían a los hijos y acabarían solos en otras jaulas,muy lejos unos de otros, olvidados del mundo. Y que allí procrearían y tendrían nuevas camadas que serían a su vez separadas de sus progenitores y aislados de nuevo, de nuevo encerrados entre blancos barrotes y así sucesivamente en un mundo eterno e infinito de jaulas y cada vez más jaulas.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Asuntos personales

Recuerdo que aquella tarde de lluvia llegué a casa con bastante más retraso de lo habitual. En la redacción del periódico estábamos preparando un dossier especial sobre el primer año de gobierno del gobernador McCallahan. Hellen estaba por aquel entonces renegociando hipotecas en su oficina de Dorado Street y no vendría hasta más tarde. Me enfrenté con la casa vacía, acostumbrado ya por tantos años sin John, y sin las niñas. En lugar de la música estridente, de las risas, las correrías por la escalera, me encontraba con el silencio más profundo, la oscuridad de una casa vacía al llegar la noche. Y en la oscuridad solo restallaba el piloto rojo del contestador, parpadeando incansable. La voz entrecortada de John -oh, Dios, cuanto tiempo sin saber de él- temblaba de miedo, de desesperación, de angustia. Después de todo lo que habíamos pasado por él, por la manera en que rompió nuestra familia en pedazos, después de todo eso, su voz volvía a sonar en el contestador y sentí que de nuevo me venía a la conciencia su presencia. Sería tarde ya para ayudarlo. Destrozó la confianza que pusimos cien veces en que algún día maduraría, se desharía de sus compañías, de su vida infeliz... Volví a presionar la tecla indicada para escuchar su voz, y así cinco o seis veces más. Luego me senté en el sillón, pesaroso, sintiendo el eco de sus palabras en mi mente: “me van a matar, de alguna manera tengo que llegar a California” La noche siguiente seguí escuchando en la cabeza su voz en el contestador. Otra vez estaba sentado en un sillón, otra vez en la oscuridad, pero aquello ya no era mi casa, si no el triste hotel en el que había conseguido citarme con mi malogrado hijo. Tras las ventanas se veían las luces de la ciudad, allá a lo lejos, en la noche oscura. Las Vegas estaba radiante como siempre, ruidosa, iluminada por millones de bombillas bajo el cielo del desierto. “¿Crees que podrás estar allí hacia las doce?” Me preguntó John por el teléfono. Había descubierto su número simplemente llamando al servicio de registro de llamadas de mi compañía. Ahora lo esperaba y no sabía qué podía pasar, que peligros le acechaban, pero por si acaso me había llevado la pistola que guardaba desde hace tanto tiempo en el altillo del armario, la misma que figura en el expediente policial. Esa pistola... cuando abrí la puerta y vi a mi hijo con la cara descompuesta, la sangre manándole de la ceja y de la nariz, aguantado apenas en pie por aquellos dos hombres de aspecto turbio... supe que tendría que usarla

jueves, 23 de septiembre de 2010

Berlín, 1945

Me bajé del caballo, estaba fuera de mi. O simplemente pensé que no pasaría nada si enseñaba modales a aquella vieja hedionda. Aún recuerdo mi chamarra brillando al sol. Solía atemorizar a los plebeyos, peor aquella gitana se puso impertinente y saqué la daga del cinto, luego una cosa llevó a la otra. Me quedé mirándole a los ojos. Morir, ahora lo sé, no es fácil. Ella me dijo que ojalá muriera un millón de veces. O quizás no, quizás lo imaginé después de tantas veces que he despertado en cuerpos que sé ajenos. debe ser cosa del diablo, pero ya no sé si existe Dios y si no hay en él la misericordia suficiente como para dejarme morir ya de una vez, y voto a bríos, que sea ya lo que él quiera. De nada me sirvió la cruz de Caravaca que llevé al cuello por tantos años, desde que mi noble tío me hiciera entrega de ella. Ahora despierto y sé que en pocos minutos algo va a pasar. Lo peor es el miedo atroz, la angustia que inflama los pulmones cuando se acerca la riada, cuando el barco se hunde, cuando mi tristeza es tan profunda que me incita irremediablemente a saltar. Ahora sé cómo es ese último segundo tan eterno que tantas veces -cuanta ironía- he vivido. me han atravesado de parte a parte con espadas, hachas, bayonetas. Luego despierto en otro cuerpo que no es el mío -allá se loe starán comiendo los gusanos- y mi alma atormentada no puede respirar sabiendo que en algunos minutos, horas a lo sumo, volveré a sentir la desazón profunda. Y nunca me rindo. Tengo para mi que si en alguna ocasión consigo esquivar la muerte podré vivir por siempre. Alguna esperanza me ha de quedar. Y si no me queda da igual, el instinto es más fuerte, y ver de cerca el verdugo, sentir pasar los aviones, descubrir que has resbalado, ver al coche de enfrente empotrarse contra el que yo manejo -quién sabe como- todavía me produce un espanto inimaginable. hoy me toca ser soldado. Escribo esta carta desde la trinchera. Los hombres que hay a mi alrededor muestran rostros de cansancio, de desolación. Un paso más debe llevarme al infierno, seguro estoy, pues este paisaje de humo y destrucción así lo hace parecer, para mi mal o mi bien. Ah, del descanso eterno. Suena una batida de nuevas explosiones, la tierra tiembla como nunca antes había sentido. me tiro al suelo por puro instinto. "Los rusos están decididos a llegar a Berlín anttes del cumpleaños del Führer" me dice un hombre pelirrojo tumbado no muy lejos de mi "hoy vamos a morir todos"

Como si yo no lo supiera.

domingo, 16 de mayo de 2010

Chantal

La carretera, larga, estrecha y mal asfaltada, atraviesa un erial pedregoso, manchado de arbustos aquí y allá, un lugar parduzco perdido en la nada. A esa hora se enciende el neón gastado del club y con esfuerzo van perfilándose las letras en color rojo: Glady's. Todavía no es de noche pero en el perfil del horizonte asoma una franja de oscuridad. A lo lejos se divisa el perfil de la ciudad. La luz del atardecer se remansa sobre el abandono en que aparece todo aquello: las cajas de botellines de refrescos apiladas en un lateral del edificio, la azotea del club donde aparecen ssábanas colgadas a secar, una caseta de perro sin perro, un viejo Renault 21 blanco aparcado un poco lejos de la puerta.

Chantal corre, con el pelo revuelto, en dirección a la ciudad. Lleva un vestido rojo excesivamente corto. Se gira constantemente, pero sabe que él no la va a seguir. Eso es lo que más le asusta.

La puerta del club está forrada de terciopelo rojo ya muy raido por el sol y el viento. El picaporte es una gran barra dorada. En el suelo la moqueta quemada por cigarros, desgastada de tanto taconeo de acá para allá. Un fuerte olor a ambientador impregna el ambiente a aquellas horas.


Aquel hombre llevaba una camiseta imperio mostrando los fuertes brazos con sus tatuajes carcelarios. Sus ademanes de ex-boxeador siempre derrotado acompañan la fiereza mansa pero firme de su mirada. Se enciende la colilla de un puro mientras mira tranquilo como Chantal corre por el árido páramo.

Una barra circular enmarca una pista donde las chicas bailarán suave, moviendo bien el culo, alzándose sobre sus tacones, bajo las luces estroboscópicas. Más allá una puerta conduce a unas escaleras. Allí las paredes están pintadas de color dorado y se nota la suciedad de tantos dedos que la han reseguido hasta el piso superior.

Chantal apenas puede con los tacones por todo aquel terreno agreste. La ropa ajustada le aprieta, le molesta demasiado. Quisiera desnudarse entera, descalzarse y correr hasta volar. Pero sabe que no puede. Y no quiere parar. Se gira de nuevo y grita muy fuerte en dirección al hombre que la mira desde la puerta, con su camiseta imperio, su puro, su aire de superioridad. Cree distinguir como él se ríe. Un impulso de rabia le hace renovar sus esfuerzos por correr, salir de allí. Se cae, se detiene un solo segundo. No, no puede ser. Tiene que continuar, aguantar las lágrimas aún un poco más.

Un fluorescente azul ilumina parcamente el pasillo del piso superior. Las puertas parecen endebles, los números dorados hace tiempo que no relucen en ellas. Al fondo del pasillo hay una ventana abierta; desde allí se ve el horizonte, el perfil de la ciudad a lo lejos. Desde allí en este momento se podría ver la figura un tanto perdida de Chantal corriendo desesperada por aquel erial, cayéndose y levantandose. En el suelo también enmoquetado una mancha oscura se desliza por debajo de la puerta marcada con el número 15.


Pero no puede detenerse, sabe que no. Aunque puede que todo esté perdido. Que no se puede sobrevivir después de engañar a Cazo. Pero la ciudad está allí, y ahora que anochece se encienden las farolas, y se distingue la torre de la iglesia, y más cerca los suburbios. No es más que un pueblo grande, feo y sucio que adolece en medio del desierto, una parada en la ruta de una carretera, una campa para camiones. Chantal corre desesperada, siente que le oprime el pecho, que si sigue así no podrá respirar, pero no puede detenerse. Recuerda la sangre, el olor de la sangre sobre todo. Huir, debe huir, salir de allí, coger el avión como le dijo Carlos... No. No puede ser. Chantal se detiene aterida, asustada. se detiene de improviso, como atacada por un rayo paralizante. Ha salido tan corriendo que lo ha olvidado, lo ha olvidado. Dios mío, se dice, qué demonios voy a hacer ahora.

Tras la puerta quince un hombre aparece tumbado en el suelo en una postura extraña. De su pecho mana aún la sangre. La misma que encharca la moqueta con su color espeso. Tres disparos. Sobre la mesita el desorden. Una botella de tequila, una raya de coca aún intacta junto a su billete enrollado, un paquete de tabaco abierto. La colcha está en el suelo. Encima de la cama yace un sobre abierto. de él sobresalen dos billetes de avión. Más allá hay un pasaporte con un nombre extraño y la foto de Chantal.

domingo, 9 de mayo de 2010

Dedicatoria

Se me cayó la estantería encima con todos los libros. Fue para haberse matado. Cuando salí de entre la marabunta de volúmenes viejos, de grandes mamotretos, magullado y bastante aturdido por los golpes, tuve que tumbarme en el sofá de casa para intentar respira mientras me llevaba la mano a la cabeza. Cuando estaba en el suelo tirado cubierto por cientos de libros había tenido una revelación, algo así como una epifanía. Porque todos esos libros que estaban allí desparramados en el suelo tras haberme golpeado en tromba eran el producto de años de bandidaje cultural, producto de un coleccionismo digamos que insano. Todos ellos habían sido enajenados de bibliotecas universitarias. Empecé con 18 años en la Universidad de Barcelona, me encantaba aquella vieja biblioteca de la facultad de letras. Pasaba mucho tiempo allí, en los jardines tras el claustro de filología, leyendo aquellos libros que robaba, sentado en un banco -siempre el mismo- no muy lejos de parejas que se daban que se besaban con furia, estudiantes que se comían el bocadillo o jovenzuelos que iban a fumar porros. Coonocí a gente extraña con quien conversé sobre temas extraños. A algunos de ellos acabé regalandoles alguno de aquellos libros. También robaba en las librerías de viejo, pero menos. La sensación es extraña, pero no se parece a la cleptomanía, creo. Tiene un tanto de esnobismo, eso sí, y sobre todo era una especie de acto reivindicativo contra una universidad que me había metido en la trituradora de un sistema que no reconocía mi talento ni fomentaba mi interés por nada ni apreciaba mi valía. Era un creido, iba de listo y quizás lo era. Confiaba en mi y me sentía bien cuando salía por los arcos de la puerta y nada sucedía. Por lo menos leía todos aquellos libros con verdadero apasionamiento; supongo que ante mi mismo eso me disculpaba. Las horas pasaban, y me anochecía allí en mi banco, y en invierno hubo veces que me vi obligado a bajar al bar de la facultad con sus ruidos de cafetera express y de sillas arrastradas. Aquellos años pasaron y yo llegué a acumular una cantidad de libros que a punto estuvo de matarme. Por eso he decidido devolver al mundo todos los libros que acaparé. Este lo he elegido especialmente para ti. Trata de un hombre que desconfía de lo que fue. Espero que te sea de provecho por que para mi, visto lo visto, no lo fue.

viernes, 7 de mayo de 2010

Málaga-Marbella por la A7

Qué puede saber nadie de lo que habría sentido él junto a aquella mujer. Sentada junto a él en el coche cantaba canciones de la radio mientras dejaba que el viento que entraba por la ventanilla jugara con su pelo. Hablaban de cualquier cosa, entre los silencios tranquilos que fluían con el asfalto. Atardecía y un sol cenital teñía de un tono cálido los campos en los que pastaban los caballos. Pronto vendría la noche, pero la primavera era cálida y resultaba agradable sentir aquella temperatura benigna. Un avión atravesaba el cielo azulado que espera la noche. Tanto trasiego detenido, tanta preocupación mundana, tanto fuego ardiendo en las palabras...todo quedaba olvidado. Pasaron el devío de Benalmádena. La carretera ascendía y desde lo alto de una colina vieron el mar y la larga extensión de la costa. Él pensó en la gracia infinita que le había concedido el destino al permitirle vivir aquel momento junto a ella, pero sabía que en cualquier momento llegarían allá adonde iban, que él detendría el coche y bajarían y saldrían con tanta otra gente que ahora le importaba tan poco. Y ella reiría con esa risa alegre, y la brisa acariciaría sus hombros desnudos, y la música rugiría como un muro de incomprensión en la oscuridad arañada por luces estroboscópicas. Y ya no serían más ellos dos, aquellos que aquella tarde viajaron juntos hacia algún lugar

Club

En el número 324 de la calle Muntaner, muy cerca de la muy centrica Diagonal de Barcelona, se halla cierto restaurante de cocina tradicional catalana, menú interesante, raciones abundantes y vinos de calidad mediana: un local similar a tantos otros, decorado en madera rústica, que la noche en que comienza esta historia fue escenario de la cena de despedida, a finales de julio, dos días antes de las vacaciones, de los empleados de la empresa Inselve gestiones integrales S.A., dedicada a la organización logística. Durante el transcurso de la velada, tal como sucedía cada año, se brindó por el señor Ferreres, director ejecutivo, lamentando con sarcasmo malévolo su repentina indisponibilidad para acudir a tal evento, puesto que, como casi siempre, asuntos de urgente resolución le impedían asistir. Bastos, el de Carteras e Impagados, hizo una pedorreta muy expresiva en el momento en que todos alzaban sus copas para brindar, sirviéndose para ello del viejo método de colocar la mano, ahuecada en el sobaco y apretar este contra el cuerpo.
Una vez hubieron dado buena cuenta de menú, postres, cafeses, coñacs y puros, y tras una larga sobremesa, se agolparon todos en la puerta para los muchos adioses y últimas comentarios, tras todo lo cual se inició la diáspora. Recasens, el protagonista del presente relato, y un compañero de sección llamado Tamayo ( quien pronto saldrá del curso de la narración, por cierto ) se acompañaron mutuamente hacia el Parking, en donde recordaban haber aparcado el coche, aunque tras la ingestión de tales cantidades de alcohol no solo no podrían conducirlos de manera adecuada, si no que ni siquiera podían recordar en donde cojones se hallaba la entrada del susodicho lugar. Decidieron llamar a un taxi. Por el camino le preguntaron al taxista si podía llevarlos a un club con chicas que estuvieran bien. Putas finas gorgeó Tamayo a grito pelado, arrastrando la lengua por efecto del alcohol. En la puerta les miraron de hito en hito pero les franquearon el paso. Al fin y al cabo eran señores respetables, de esos que siempre llevan corbata, aunque a estas alturas estuviera dolosamente desaflojada. Se agarraron a la barra como para no caerse. Recasens miraba a su alrededor con esa mirada turbia de los borrachos que contemplan la belleza ajena a las cinco de la mañana. Se le acercó una chica que afirmó llamarse Chantal y provenir de la lejana y tropical Colombia. Recasens, durante el abrazo que ella aprovechó para arrimar su carne fresca y juvenil, aprovechó para palparle el culo. Yo también fui humano alguna vez, se dijo, cuando la sangre me corría por las venas.

jueves, 22 de abril de 2010

Últimas palabras

El joven recepcionista miraba un pequeño televisor cuando bajé a la recepción a tomar el teléfono. Me hizo una seña sin mirarme. En la pantalla N'Gambé aparecía en fotos retrospectivas alternadas de torpes barridos de cámara de calles de Uadigbé atravesadas por tanques a todo trapo o camiones cargados de militares armados. Joshck, mi colega de la agencia de noticias checa, sonaba al teléfono con la frialdad del reportero que ya cuereado. Me avisaba de que las tropas del General Digou ya habían llegado a Kehrmer cuando él salió de la capital como alma que lleva el diablo, lo cuál significaba que a esas alturas ya la habrían tomado. Él había aprovechado el paso de una furgoneta de reparto cargada de gente con la que había llegado a la frontera del norte, y de ahí por fin a Ouarzarés, entre el desierto y el atlántico. Patrullas y piquetes incontrolados del partido de N'Gambé habían salido por calles, poblados y caminos ametralladora en mano. Borrachos perdidos gritan consignas, disparan al aire con sus ametralladoras junto a muchachos de mal aspecto con machetes en la mano. Embebidos de poder. Sabían que nadie les controlaba. Yo ya he tenido la ingrata oportunidad de ver la ristra de cadáveres mutilados en las cunetas de la deslavazada carretera que nos había traído hasta esta precisa barriada de la bahía de la ciudad de Ogbadén donde llevaba tres días esperándole. Ayer todavía aparecía N'Gambé en el televisor apabullado por la ovación de la gente que coreaba con alegría su nombre en la misma avenida que ahora hollaban con estrépito los tanques. Mi estancia contemplativa esperando el inicio de el festejo de celebración de la famosa Negritude con que se había empeñado el presidente N'Gambé se interrumpía bruscamente. Era muy consciente de que, sin más tardanza, debía buscar por todos los medios la manera de llegar al paso fronterizo de Boudika y de allí a Duagbarí. Pero no había manera de salir a la calle sin que te descerrajaran un pistoletazo las bandas de incontrolados y descontrolados que a todas luces -tres cadáveres en la acera de enfrente- señoreaban ya la ciudad. Aún así lo intenté. Al llegar a la esquina de la Avenida de la Independencia vi una patrulla registrando a dos mujeres. Las tiraron al suelo y les dispararon a bocajarro. En esas entré sin dilaciones en un bar oscuro. El dueño, tras la barra, me miró como si pudiera fundirme con una de sus miradas. después sacó un machete. Salí de nuevo y volví tras mis pasos medio agazapado entre los coches que queedaban aparcados en la Avenida. La cosa pintaba fea. Intenté llamar a Joschk, a la embajada, a un amigo que conocía en gobernación -decir amigo quizá fuese demasiado, tan solo le hice una entrevista- pero no conseguí comunicación alguna. Subí al cuarto a ordenar mis pensamientos. Esa noche dormí mal. Trombas de mosquitos atestaban la habitación, se colaban por entre las fosas nasales. En la noche sonaban ráfagas aisladas de armas automáticas, cristales que se rompían, berridos incomprensibles, motores que bramaban. Sabía que iba a morir, soñé con mi cuerpo en una cuneta. El recepcionista vino al rayar el alba para decirme que bajo ningún motivo se me ocurriera salir de la habitación. Aún así, -continuó- no creía que yo pudiera seguir viviendo hasta la noche de aquel día. Sentí la garganta seca, la sangre detenida en las venas. Le pregunté si había posibilidad de conseguir un transporte, algo a lo que sostenerme en mi desesperación. Me miró con media sonrisa y se fue. Ahora sé que no hay más posibilidad. en cualquier momento sentiré el repicar fiero de las botas militares en los escalones, los violentos golpes en la puerta hasta llegar a derribarla, el vocerío de la soldadesca, quizás la ráfaga de metralleta que ha de atravesar mi cuerpo, que horadará mis pulmones, atravesará mi corazón, perforará quizás mi garganta, entrará en las entrañas. No tengo tiempo para reflexionar sobre cómo será mi muerte. Soy corresponsal y sé que estas pueden ser las últimas palabras que escriba.

lunes, 19 de abril de 2010

Manuscrito que vuelve a su origen.

Volvió del cine con las manos en los bolsillos. Durante un rato se tumbó en el sofá a ver como el humo se desvanecía en dirección al techo. La luz amarilla de las farolas de la calle se colaba entre las rendijas de las persianas metálicas. Pensó en Carlota ya sin desánimo, como una mancha que ya no impregna su alma de mugre, como el cerco de un vaso en una mesa de cristal. ¡Pasan tantas cosas en la vida! Ahora se ve limpio, incluso animado. Piensa en escribirle un poema en que acabe diciéndole yo soy más que tú, por que mi alma ha saltado desde el oasis de tus ojos al océano de mi amargura y ha salido vibrante y asfixiada, pero ahora todo ha pasado, y puede que evocar tu nombre rasgue la costura de una herida abierta que siempre quedará en la memoria. Piensa en escribirle y sabe que ella nunca habrá de leer lo que sea que garabateé en las hojas en blanco. El cenicero está demasiado lejos. Lo acerca. Abre el paquete de tabaco y comprueba que quedan tres cigarros. Lo cierra pensativo. Posa el lápiz, ávido de desbocar todo lo que tiene por decir, clavado tan dentro. Como cuando se está a punto de llorar y un gesto desnuda el último velo y saltan las lágrimas. Así se queda detenido, como en suspenso, casi reteniendo el aire. Nada. Mira de nuevo al techo. Una inmovilidad extraña detiene el lápiz sobre el papel. No hay caso. Deja el lápiz sobre la mesa, enciende otro cigarro. Recuerda aquel gesto de Carlota, saliendo del coche la última vez que quiso verla, sus ojos grandes, su pelo cayéndole sobre los hombros. Siente de nuevo la oscuridad de la noche revolviéndose en las entrañas, apenas se concentra ya en el humo. Suena una música leve, tranquila, demasiado lejana. Algo demasiado bello para una noche de primavera. Ojalá pudiera escribir eso. qué más da ya el desdén, el rastro del dolor, la mordida en el pecho, que tanto pugnó por respirar. Ojalá pudiera escribir sobre el cielo estrellado, el cielo puro y limpio sobre la ciudad que alguna vez fue suya. Sobre todo esto que le sucede y le viene a la mente. con eese impulso, tomó el lápiz de nuevo. A ella le pondría otro nombre, la llamaría, quien sabe, quizás Carlota. Inventó el principio, le salió así, no supo cómo. De alguna manera decidió no ser el protagonista, quiso verse desde fuera. Pensó que quedaría bien hablar de una música leve y tranquila que suena lejos, mencionar la noche que queda tras las ventanas. Citar lo de los tres cigarrillos que le restan, explicar todo lo que quiso escribirle a Carlota (que no es Carlota) en aquel poema que no escribió y que de todos modos nadie habría leído. Pensó en escribir sobre si mismo escribiendo.

Esa persona soy yo.

Y aquí pongo el punto final.

lunes, 12 de abril de 2010

Familia

El padre que no conociste no era buena persona. Fue militar de alto rango del batallón de Infantería y un gran bebedor. Abandonó a sus hijos y a su mujer en unos años muy duros. En el pueblo decían que había sido represaliado en el 34, con la entrada de la República, y que en el 36 volvió para represaliar. No sabemos a cuánta gente mató o mandó matar por que nadie quiere decirnoslo, pero aunque no esté muy claro ese episodio de su vida sabemos que fue un asesino. Por lo demás, yo y tus otros hermanos estamos convencidos de que nadie le quiso nunca jamás, sin que eso pareciera importarle. Poco más hay que decir. Tus hermanos y yo nunca supimos que había tenido una hija con otra mujer. Estamos deseando conocerte.

miércoles, 7 de abril de 2010

Pánico D.F.

¿Aló? qué bueno, guey que respondiste al teléfono. Sí, otra vez sucedió. Esta vez desperté en una bañera. Cogí sí, creo que cogí, no sé si con uno, pero creo que sí por que esta mañana lo noté más zalamero que el resto de pinches mamones de esta casa ¿Dónde? Acá en Las Lomas, parece...sí, te digo que Las Lomas. No, ¿como dices?, pues no te digo que en las Lomas de Chapultepec, guey, que te piensas que ando diciendote sin saber, lo pregunté pues, Nevado Sorata se llama la calle. No, mi amor, no te enojes conmigo ya sabes que lo paso muy mal. Desperté en una bañera, y no recordaba nada...¿Pues no te digo que me volvió a pasar? desperté y no recordaba un pinche carajo, y al salir allá estaban cuatro cojudos durmiendo en cualquier parte, y el salón estaba como si hubiera pasado un elefante, rociado de botellas y copas medio vacias, y los ceniceros llenos. Y había tres macanas más que yo tampoco recordaba pero que me besaron así en la mejilla, como si nos conocieramos de toda la vida. ¡Claro, pues, mi amor! Yo ya me lo tomo a chinga. ¡Que quieres que haga! Me volví a perder en la ciudad, no sé cómo. Tú ya sabes lo que me pasa últimamente, y sé que estaba llorando por que no sabía dónde estaba, y tenía miedo, y la gente me miraba. Sí guey, ya sabes, una mujer sola, todo el mundo mirándote así como si fueras una pendeja extraña, que no te digo que no, y yo con los lagrimones que me llegaban hasta las pinches rodillas. Y miraba todos los carteles de las calles y todo me sonaba a algo pero, ni chinga idea. Como una pendeja, allá y los hombres me miraban y me decían ah, bizcochito, dónde vas. Y yo tenía miedo y quería esconderme, pero no podía parar de andar, primero una calle, luego otra a la izquierda, hasta que me dolían los cacles. ¿Cómo, pendejo, pues no te digo que tenía mucho miedo? Sí eso es lo último que recuerdo. ¡Pues miedo no sé a qué, pero es que no se puede explicar¡ ¿Apoco puedes tú explicarlo? Simplemente se atora todo, la respiración, que sé yo, el corazón que late, y todo se hace extraño, y nada es como debiera. No sé qué es, pero es pánico, que te corta el aire, que te pincha en el corazón. Luego supongo que estos me encontraron, y aquí estuve. Ah, que sí bebí, que me duele la bocha que no te imaginas. Y la garganta la siento seca. Además, ¿sabes qué? Creo que escribí en el espejo...Que digo que escribí en el espejo, era mi letra ¿Qué puse? Puse así: el mundo no tiene sentido. Sí, eso decía. No sigas por ahí que me vas a a sacar canas verdes con la jodienda. ¿Vienes a buscarme? Ándale, pues. Sí. Tú sabes que te quiero a ti. Claro, pendejo. Pues sí, guey. Ah, Ya no digas babosadas, estás aquí con el carro en media hora. Apúntale, calle Nevado Sorata, acá en las Lomas, en Chapultepecmás allá del paseo de la Reforma me dijeron estos pendejos. Yo te espero abajo nomás, donde hay una parada del pesero. Sí mi amor, prometo no dar un paso, sí, ya te dije, no vaya a perderme de nuevo.

martes, 6 de abril de 2010

Sueño nº 13

La invención del Hipnoreader se venía gestando desde casi veinte años antes de que Clara De Munt apareciera en escena con sus mujeres de vestidos rojos y su mar de celofán envolviendo el mundo móvil e indisciplinado de edificios rampantes y efectos visuales enternecedores e impactantes. El doctor Costan comenzó sus experimentos con pesados electrodos cerebrales que constituían un aparataje tremendo. Su mayor resultado fue la visualización de elementos simples, de hecho comenzó con una A mayúscula, así de sencillo, y aún así la visualización de este objeto era difusa e incompleta. Su impacto en la comunidad científica de principios de este siglo XXI fue límitada, y el desarrollo de la tecnología se debe sobre todo al ingeniero ruso Teslanov, que consiguió el primer y rudimentario lector hipnótico, más perfeccionado que los que fueron presentando el equipo de Montreal y el Conseille Cientifique de Lausanne. ¿Un lector de sueños? Los documentales televisados de la época, las revistas de divulgación de la época, los suplementos de los periódicos fantaseaban sobre el futuro del invento. ¿Quién podía creerlo? Las imágenes, aún toscas, de los primeros experimentos públicos causaron un furor mundial comparable a aquella famosa retransmisión de la llegada del hombre a la luna. Audiencias colosales se asomaban al mundo hipnótico de las primeras imágenes televisadas de sueños. Polémicas sin sentido se iniciaron en innumerables foros, inundaron la red, fecundaron la imaginación de guionistas de TV y cine (¿Quién no recuerda la ya absurda y mal envejecida "En trance de un sueño") Sectas religiosas, embaucadores varios, charlatanes mediáticos, genios del espectáculo de masas se hicieron con los primeros modelos. Psicólogos del tres al cuarto releyeron avidamente a Freud. el mundo se imaginaba diferente y nuevo desde que se había abierto al mundo el mundo de los sueños. Filósofos, polemistas, opinadores profesionales hablaron del último descubrimiento, el del mundo de los sueños, el que vive detrás de los ojos cuando caemos rendidos; lo compararon con el descubrimiento de América, con la invención de la electricidad, con la aparición de Internet. Clara de Munt nació seis años después de la primera retransmisión televisiva de sueños. Fue una niña alegre, febril, plena de deseo y de vida.Pasó los primeros años en el barrio de Barrancas de su querida Lima natal, frente al mar tras los acantilados, junto a la colmena de casas, no muy lejos de la punta del chorro desde dónde iba a contemplar como saltaban al mar los jóvenes de su barrio. A los once fue testigo de cómo atropellaban a su padre, hecho este que aparece en muchos de sus hipnolecturas. Sobre su vida se ha escrito mucho y mucho más se ha querido ver en los sueños que presentaba ante inmensas audiencias, cuando aún no había perdido la inocencia para soñar y el mundo se maravillaba y se extasiaba ante los campos floridos de sus escenas hipnóticas, la ternura de sus intrincados argumentos, la poesía inmanente en sus personajes. ¿Cómo no recordarla pisando cientos de planchas de latón camino de esa Arcadia donde su padre la esperaba?. Sus sueños fueron para muchos un sustento moral ante un mundo depravado. Cuando perdió la inocencia, cuando el amor dejó de correr por sus venas llegó la oscuridad, fue acabando el mito. Llegó la muerte, que es dejar de soñar.

viernes, 2 de abril de 2010

Y aluego el culo que tiene

El poeta dejó que le cegara el viento que venía del mar. Sacudió la arena que se le quedaba impregnada en los brazos y en las manos. Vino a su mente un vago destello, casi una ensoñación. Ella, Ella con mayúsculas, sus pómulos, sus labios, su cercano candor. La recordaba mirándole a los ojos, recordaba su latido, que pudo ser tan cercano. No conseguía olvidarla, desaferrarse de su recuerdo. Sintió una angustia indefinida, imprecisa atorada en el pecho. Tomó la libreta y el lápiz y escribió:

"Qué mal siento aquí clavado tu recuerdo, inundándome hasta taponarme la garganta tanto que no puedo respirar y se me fruncen los labios áridos de latir sin sentido las letras de su nombre; tú maldita insulsa con quien no sé que decir ni que contar ni siento nada en común más que el puro extraño intenso desafuero que me lleva a desleídamente deshacerme en cada sonrisa tuya, en tu mirada errante. ¿Qué voy a hacer de ti, de tu piel y de tu pelo, de tu mirada y todos los besos imaginados en tu boca? ¿Qué desgraciado fin tengo que darle? ¿Cómo tragarselos con la boca tan seca ahora que se que no se hacerte reir, que me engaño pensando que no me importa renunciar al enaltecido desvelo que yace ante el ataud que forman mis costillas sobre la carne blanda que me cubre el corazón tan arenoso como estaplaya que nunca nos verá amarnos?"

En aquel preciso momento de la tarde, mientras el poeta escribía pensando en Ella, Ella con mayúsculas, a pocos kilómetros de allí, Ella, Ella con mayúsculas, sentía como aquel otro hombre (Él, con mayúsculas) le partía el esfinter.

viernes, 26 de marzo de 2010

Dragón

Empezó por afición, hacía carantoñas en los márgenes de las libretas cuando era pequeña. Ya se sabe, dibujitos, ensoñaciones, caras extrañas, animalejos. En el colegio hizo un dibujo de una flor saliendo de un libro, con un fondo difuminado en que aparecía un dragón y un castillo, y nubes gordas y blancas como de algodón, y pájaros que volaban al sur. A las maestras le gustó tanto que mandaron enmarcarlo, y allí tuvo que verlo durante años, en el pasillo del hall de entrada cuando iba creciendo y las faldas le quedaban cortas. Y también se lo quedó mirándo fijamente durante lo que le parecieron horas, aquel día que manchó y estuvo esperando a que vinieran a recogerla allí sentada, sola, en el banco del recibidor, frente al despacho de la Madre Abadesa. Y el día en que salían, con toda la fiesta de graduación, le echó un vistazo final, presuponiendo que sería la última vez que lo vería. Ya le daba hasta vergüenza reconocerlo como suyo, por que por aquel entonces, después de que doña Marta le insistiera tanto, había empezado a asistir al taller de dibujo de un don Carlos, al final de la Avenida Flores, cuando en Teohuacán el viento aún bajaba libremente desde las montañas de la sierra Tupuy. Cogía el colectivo 37 cargada con su gran carpeta y su estuche lleno de acuarelas. Y don Carlos le decía que afinara el trazo, y le enseñó a dibujar de un solo movimiento de la mano, preciso, evocador. Salvador, muchacho aún, la dibujó sentada en el colectivo de vuelta, y ella no podía parar de sonreir. Se sentía feliz, claro. Y bajaron frente a la farmacia de Villa Encinas y él bajó con ella, y la acompañó hasta la esquina de su casa. Allí le tomó la mano y la atrajo hacia si apartados de la luz de las farolas. Luego vinieron paseos por los Jardines Buenaventura, muy cerca del parque de Artillería de donde salieron los milicos el día aquel, y después estuvieron muchos días encerrados en casa. Les hablaron, en voz muy baja, del carro verde que paraba en un portal, y aunque comenzaban a sospechar, aún no sabían nada de cierto sobre desaparecidos. El carro paró una vez en el bloque de enfrente y mamá comenzó a llorar muy en silencio. Los días se volvieron grises, pero nunca llovía. Pasó mucho tiempo hasta que la dejaron volver a las clases. El colectivo iba casi vacio y en las calles, entre comercios cerrados, la gente se miraba torvamente, con desconfianza. Salvador no volvió a las clases. Casi nadie lo hizo. Casi sola, sentada frente al caballete, notó que una lágrima rodaba por su mejilla mientras pintaba una flor saliendo de un libro, con un fondo difuminado en que aparecía un dragón y un castillo, y nubes gordas y blancas como de algodón, y pájaros que volaban al sur, siempre al sur.

sábado, 20 de marzo de 2010

Fuego/Asfalto/Silencio

En Tanger el aire olía a aceite quemado en el depósito de camiones, más allá del puerto, en un recinto cerrado por verjas y vigilado por dos muchachos siempre con cara de sueño y ademanes lentos, como de pesadez arcaica. Por la noche dos grandes reflectores iluminan la extensión mal asfaltada, marcada por pintura deslavazada, y al fondo se adivinan las torres de carga, los muelles, el mar incluso. Apenas suena un zumbido lejano, confundido con el azogue de las olas en el dique, el silbido del viento al chocar contra las rejas y el alambre de espino. El amanecer trajo el movimiento de más camiones que entraban y salían, y la puerta se abría y cerraba con un rugido metálico y un chasquido oxidado. El tráfico se intensificaba en la carretera aledaña y las voces de los muchachos, los claxons de los taxis, el bramido de los vehículos inundaba el aire.

Hacia las nueve de la mañana el camión salió de la campa, tomó la carretera hacia el sur, se desvió en la aduana, pasó los controles, se le practicó la prueba del escáner para comprobar que no había nadie escondido en los bajos del camión. El aire olía a salitre.

En el barco sentía cada vez más fuerte el olor a petróleo y a metal enfermo, agua estancada, sal, podredumbre. Luego llegaron las fueres vibraciones, las sacudidas. Se reincorporó como pudo, con cuidado de no tocar el cuerpo del motor. El calor era insoportable, y el espeso aire apenas se podía respirar.

El conductor ojeó el panel con desgana. Trescientos kilómetros de recorrido desde Algeciras. Había visto pasar los montes pardos, las estepas despobladas, los suburbios, las laderas plantadas de olivos a intervalos regulares. Un automóvil plateado se incorporó bruscamente a la calzada desde el arcén. El conductor del camión apenas tuvo tiempo para reaccionar; giró el volante, perdió estabilidad y acabó empotrándose con otro vehículo que venía en sentido contrario. Fue en ese momento cuando se inició el fuego en los bajos del camión.

Empezaron a sentirse chillidos intensos y una voz agitada demandando auxilio. Provenían de los bajos del camión. El fuego ardía con furia, alzando un grito exasperado, gigantesco, preñado de dolor.

Después, al poco tiempo, se hizo el silencio.

domingo, 14 de marzo de 2010

Sobre el cielo

Todos los días escribe una hora. Escribe a su hija Clarita que está en el colegio Santa Teresita más allá de los suburbios de la capital y de las vías del tren. Allí hay parques con bancos y lindos parterres. Hay institutos de Ciencias, de Ocupaciones Profesionales, de Contabilidad y Oficinas, todos ellos con bonitas fachadas de las que cuelgan banderas. Las avenidas que parten de la parada de colectivos de General Cardona están pespunteadas por frondosos robles. También escribe a su hijo José Carlos, escribe a su hermano Fabián, manda recuerdos para tía Carmela. Prepara los sobres, escribe cuidadosamente el destinatario y el remitente, les pone un sello, pasa la lengua por los bordes engomados. A esa hora empieza a sentirse perceptiblemente el ruido de mesas arrastradas, cristales que chocan, voces, puertas que se cierran. Por los pasillos que conducen a la sala comienza el taconeo incesante, las risas, los comentarios en un bisbiseo incomprensible, el ruido de llaves. Comienza la música. Guarda los sobres, se atusa el pelo y toma una crema que reparte por sus piernas con la mirada perdida en los entresijos del valle de Teohuacán. Como cuando la llevaba su papá a través de toda la barriada de Ciudad Requena para pasarla con la abuela. Las escasas farolas atraían miles de mosquitos que burbujeaban alrededor de la luz. Más allá Rincón Jardín y su explanada rodeada de cocoteros, el Centro Delícias donde en su comunión comieron todos Sancocho y ella bebió cerveza por primera vez. Allí perdió el abuelo Felipe el reloj. En la sala los hombres se apiñan en una barra. Van en pequeños grupos. Hablan solo ocasionalmente, rehuyen la mirada. Dejan la vista perdida bajo los focos, beben lentamente. Las chicas llevan ropas chillonas, pasean alrededor de la barra, de los sillones, de las máquinas tragaperras. El suelo refleja el intermitente destello de los focos. Los hombres las acarician con miedo, con incerteza, con rencor oculto, con desidia, con escrúpulos, con nostalgia. A las seis de la mañana recibe una llamada perdida en el móvil. Se viste de nuevo los jeans que dejó cuidadosamente doblados, sale a la puerta y al poco llega el BMW al que corre a sentarse. Una franja azulada orea de una luz difusa el engrudo pesado de la noche sobre el polígono, con sus naves industriales, sus chimeneas, las altas torres, la ciudad al fondo, más allá del aeropuerto. Las calles pasan tras el parabrisas. En su regazo, en sobres de color sépia lleva las cartas que escribió doce horas antes. Le dice a su hijo que quiere que se haga un hombre de provecho, y para eso hay que saber hacer cuentas y escribir composiciones, y hacer todo lo que dice el maestro. Que el día de mañana nada le va a venir regalado y que va a tener que trabajar muy duro. Para empezar va a tener que cuidar bien de su hermana y velar por que no le falte nada, pero ella siente que él es el hombre más bueno que ha conocido y sabe que va a poder estar siempre orgullosa. Mañana volverá a escribirle. También a su hija. Mañana les hablará de cómo suena el mar tras su ventana cuando empieza a amanecer, y siente que le pesan los párpados, mecida en el oleaje, y se queda dormida con la imagen de opaco tono sépia que toma el cielo cuando el sol despunta y las cartas con sus papeles blancos y sus escritura de fina caligrafía vuelan bajo las nubes y sobre el cielo, como pájaros que al amanecer retoman el rumbo de vuelta a casa.