viernes, 7 de mayo de 2010

Málaga-Marbella por la A7

Qué puede saber nadie de lo que habría sentido él junto a aquella mujer. Sentada junto a él en el coche cantaba canciones de la radio mientras dejaba que el viento que entraba por la ventanilla jugara con su pelo. Hablaban de cualquier cosa, entre los silencios tranquilos que fluían con el asfalto. Atardecía y un sol cenital teñía de un tono cálido los campos en los que pastaban los caballos. Pronto vendría la noche, pero la primavera era cálida y resultaba agradable sentir aquella temperatura benigna. Un avión atravesaba el cielo azulado que espera la noche. Tanto trasiego detenido, tanta preocupación mundana, tanto fuego ardiendo en las palabras...todo quedaba olvidado. Pasaron el devío de Benalmádena. La carretera ascendía y desde lo alto de una colina vieron el mar y la larga extensión de la costa. Él pensó en la gracia infinita que le había concedido el destino al permitirle vivir aquel momento junto a ella, pero sabía que en cualquier momento llegarían allá adonde iban, que él detendría el coche y bajarían y saldrían con tanta otra gente que ahora le importaba tan poco. Y ella reiría con esa risa alegre, y la brisa acariciaría sus hombros desnudos, y la música rugiría como un muro de incomprensión en la oscuridad arañada por luces estroboscópicas. Y ya no serían más ellos dos, aquellos que aquella tarde viajaron juntos hacia algún lugar

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