lunes, 31 de enero de 2011

Un copazo

"Ahora, -le susurró el empresario olivarero a Manuel Toquero- dejamos en casa a las señoras y nos vamos tú y yo ahí al Zafiro a celebrarlo pero de verdad."

Y Manuel dijo que sí, poniendo cara como de complice satisfacción, aunque por dentro estaba pensando a ver cómo se lo decía a la Espe, que menuda fiera está hecha, tan a la medida de un calzonazos como él. Así que mientras el empresario olivarero -dueño de una modesta almazara que tiene su apellido: Aceites Pedraza- le susurraba iniquidades acerca de unas chicas que había conocido en el Zafiro, y en tanto que sus dos respectivas volvían del lavabo y se acercaban ya a la mesa aún con los platos con restos de entrecot para ellos y ensalada para ellas, Manuel Toquero seguía pensando qué ostias podía inventarse para dejar a todo el mundo contento, es decir, mayormente su señora y su jefe que se había convertido en su socio en el negocio inmobiliario en que empezaban a meter la cabeza. Sin olvidar las pericas del Zafiro, claro. Mentir. Eso era a lo que dedicaba más esfuerzos en su vida. Dando excusas, dilatando plazos, alterando documentos, y en definitiva mintiendo abiertamente, se había hecho una carrera o al menos había sobrevivido a veces hasta holgadamente (aunque eso durara poco tiempo)en lo económico y había echado adelante una familia con sus más y sus menos en lo personal. Cada cierto tiempo Espe se iba con los niños a casa de sus padres (dos calles más abajo de la suya) y amenazaba con cualquier cosa que se le viniera a la mente (mayormente dejarle arruinado, como si no lo estuviera ya) Tenía amigos en todos los bares y gestorías del pueblo, tenía buena mano para cualquier clase de chanchullo, disponía en herencia de un tercio de la gasolinera del pueblo,que gestionaba su hermano por que a el siempre le consideraron demasiado chanchullero para las finanzas. Ese era Manuel Toquero, el hombre cansado, algo encorvado, algo calvo, con el rostro algo cuarteado, la camisa de rayas con el cuello de otro color... dándole vueltas a la cabeza para ver como podía resolver el entuerto. Espe había bebido bastante, sobre todo cuando pidieron cava para el postre, y probablemente querría que tuvieran una de sus raras ocasiones de encuentro sexual. Ya se sabe, ponte aquí, sí, no, así no, ah, me haces daño, ponte más para allá, no hagas eso... lo típico. Y Toquero le hablaría de cómo se iban a forrar, pero forrar de verdad, y Malí, la dominicana del Zafiro le pondría morritos y le pediría más dinero, sobre todo si le veía con Toquero, y le hablaría de sus hijos en su colegio internado, tan repeinaditos.

Y mientras su señora seguía planeando con la Carlota ir a la capital de provincia a probarse unos abrigos en el Zara y Toquero pedía al dueño del restaurante más coñac y elogiaba la calidad de los alimentos, justo entonces, Manuel se sintió triste y solo. Cansado, abatido, harto.

Se levantó inopinadamente y camino lento hacia la cristalera desde dónde se veía la campiña a la luz de la luna, y no muy lejos el solar donde las máquinas a esas horas abandonadas habían empezado a construir un polígono que sería impresionante.

- ¿Qué haces ahí? - le preguntaron desde la mesa con más desapego que preocupación.

El camarero retiraba las servilletas sucias y arrugadas que habían quedado sobre la mesa, las copas sucias con algún poso,las cucharillas de café, las tazas. Mientras tanto, el dueño del restaurante iba sirviendo coñac en dos copones y licor digestivo -para las señoras- en dos copitas finas. Toquero seguía contemplando el horizonte de la noche tras los ventanales, mesándose el pelo.
- ¿Te pasa algo?- le volvieron a preguntar.

Toquero volvió a la mesa en silencio, con paso cansado, la mirada torva.

-Me siento melancólico- dijo con la mirada perdida.

Aguantó con estoicismo la risotada que se desató en la mesa, entre los camareros y hasta su propia señora. Bebió el coñac de un trago.

-Iros todos a la mierda- dijo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario