miércoles, 2 de febrero de 2011

Apunten disparen

Lo suyo superaba cualquier lógica o cualquier posible explicación incluso para el mismo Alfredo. Nunca destacó por nada, y hasta le costó acabar sacándose el graduado, pero no hacía falta pensar mucho para entender que lo suyo no podía ser más que algo diabólico, algo de brujería. Eso pensó frente a aquel Seat Ibiza, cuando encañonó al camionero. Cuando descubrió el fenómeno tenía 19 años y trabajaba en un taller. Su mayor ilusión era ahorrar para comprarse un Volkswagen Golf (el mismo coche que tiene ahora pero en la versión más nueva) Tenía una novia, se pasaba un poco con la farlopa, y aunque él no lo sabía, nadie lo apreciaba demasiado, ni sus padres, ni sus suegros, ni siquiera su novia, que apenas podía quererse a si misma, y eso cuando le dejaba tiempo un chico llamado Sandro que vendía pollos a l'ast y patatas debajo de su casa. Por lo demás no tennía más aficiones que ver la tele. No era fan de nada, ni le interesaba un estilo de música en especial, ni leía nunca nada que no fueran los carteles, ni iba al cine ni hacia otra cosa que ir al parque a fumar porros y hablar de coches con los colegas. Los fines de semana salía de botellón. Así era la vida de Alfredo.

Un día, intentando aparcar en el centro comercial hizo el gesto. El gesto consistía en situar los dedos imitando una pistola en la que el índice haría de cañón y el pulgar de gatillo. Dobló el pulgar e hizo con la boca es sonido de un disparo. Tardó en darse cuenta de que el conductor del otro coche estaba muerto. Fulminantemente. Se lió una buena -para empezar el coche bloqueaba un vial de un párquing ya de por si sobresaturado en un sábado de principios de mes- pero Alfredo ni siquiera relacionó lo suyo con la muerte de aquel hombre. Estuvo husmeando un poco por el puro morbo, como pasa siempre, y cuando pudo sacar el coche estaba tan harto que se fue al McAuto a hacer cola. Mientras se acababa el Big Mac en el coche aparcado en un descampado del polígono, se miró los dedos. No podía ser cierto aquello que se le pasó por la mente. Probó otra vez, como en broma e hizo como que disparaba a la mujer que pasaba conduciendo un Seat Ibiza. El coche giró a la izquierda violentamente, con chirriar de ruedas incluido, y acabó estampándose contra una farola. Alfredo salió corriendo, con medio bocado en la boca, hasta el coche.Un camionero paró también, y ante su inoperancia, abrió la puerta del coche, desabrochó el cinturón, tomó a la mujer de los hombros y la sacó. Estaba muerta, por supuesto, pero el hombre aquel intentaba reanimarla. Alfredo, estupefacto, no podía creer lo que estaba pensando. Sus dedos puestos en forma de L, como una pistola, en realidad mataban a la gente. No podía ser. Movió varias veces la mano en el mismo gesto. A su lado el camionero cayó también al suelo, como desvanecido de repente. Muerto.

Aterrado y sorprendido a partes iguales, Alfredo contemplaba su mano con mirada paranoica. Se acercó la punta del dedo a ola nariz, siempre conservando el gesto de la pistola con el pulgar contraido. Miraba su dedo. ¿De verdad podía matar? Sin pensarlo soltó el pulgar.

Cayó al suelo, fulminado.

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