viernes, 4 de marzo de 2011

Fascículos

Encontré un bonito estudio cerca de la via Goldoni, no muy lejos de Santa Maria del Trastevere y del mismisimo Tiber que da nombre al barrio. Llevaba ya dos meses con Palermina y tenía la esperanza de que viniera a vivir conmigo cuando acabara de decidirse a dejar el piso que comparte con esa resentida de Guillerma cerca de la via Apia, más allá de las murallas Trivertinas. Por las noches la voy a buscar después de salir de la librería y vamos a mi barrio. Cuando se sube en la moto siempre me hace prometerla que iré con cuidado. Cenamos pizza en un horno cerca de mi casa o salimos a tomar algo o vamos a la strada di Ugo Foscolo a pasar un rato en el bar de un amigo de la universidad. En Roma siempre parece primavera y hasta me olvido de las veinte páginas que tengo que traducir robándole horas al sueño para acabarlas antes de la una del mediodía, que es cuando empieza mi turno en la librería y luego ir a recoger a Palermina y acariciarle el cabello negro y sentir su cuerpo pegado al mío en la moto al volver de más allá de las murallas Trivertinas. ¿Por qué se llamarán así?

Cuando se fue se me quedó la casa vacía. Sucia, con todo amontonado por todas partes, pero vacía. Y tengo que decir que fue un descanso. No dormía más, por que la soledad cuando es tan repentina desvela más que calma al cuerpo. Palermina me llamaba todas las noches, me contaba como iba la salud de su padre, me hablaba de las amigas que había reencontrado, de cómo había cambiado Palermo en el tiempo que había estado fuera. Yo le pedía siempre que volviera pronto y le contaba que había empezado a trabajar escribiendo relleno para una editorial de prensa. Escribía falsas cartas de falsas lectoras de una revista femenina, reportajes sobre coches (todo copiado de internet) escapadas de fin de semana para una revista de política, cosas así. Luego me pidieron que escribiera una serie de relatos semirrealistas para una revista de adolescentes. Yo lo convertí en una novela por entregas en que la protagonista principal se llamaba Carla y sale de Palermo para ir a estudiar a Roma. En el segundo capítulo empieza ya a tontear con el Hombre con mayúsculas que cambiará su vida y la trastornará hasta enamorarla perdidamente. No le puse nombre, solo lo llamé el Hombre, con mayúscula para no poner mi propio nombre y por que no supe inventarme otro. Por supuesto que Carla era Palermina, aunque Palermina tampoco era su verdadero nombre.

Algo debí hacer bien, quizás tenía un talento que ni yo mismo había descubierto, porque para el quinto fascículo ya estaban muy emocionados en la editorial y me hicieron firmar un contrato para veinte entregas más.Renovable,por supuesto. Con muchas claúsulas que leí muy por encima. Me llevé mi pluma para firmarlo, la pluma buena, la que me regaló mi madre. En mi historia, Carla se encontraba con el Hombre y comenzaban a llamarse, y ella sentía la desazón, el leve hormigueo del amor. Roma olía a primavera y atardecía en el Trastevere, cuando el Hombre había llevado a Carla en su moto hasta el mirador. Ante ellos las cúpulas de la ciudad milenaria.

Palermina en cambio estaba cada vez más arisca. Seguía en Palermo y cada vez tenía menos ganas de hablar conmigo. Un día me dijo que no la llamara más. Por supuesto la llamé cincuenta veces aquel día, y cuando me lo cogió me pidió que no la siguiera molestando, que se swntía muy confundida y que ya me llamaría. También me dijo que hablaba mucho con Ettore, que yo sabía que era su ex, de quien ya me había contado algunas historias. Por supuesto que Ettore apareció en la siguiente entrega, esta vez con el nombre de Cesare. Era el antagonista perfecto. Pronto comprendí que Cesare debía existir para generar el conflicto, que ya veríamos si era el principal en la historia. Aún rellené dos capítulos más con los devaneos de Cesare intentando camelar a la aún inocente Carla. También me di cuenta de que el padre de Palermina, perdón, Carla, debía gfinalizar su agonía. Así llegaría el punto en que Carla, tras el periodo de duelo -ya presiento el dramatismo, ya imagino las palabras con que describiré el cuarto oscuro donde el padre expira- deberá decidir si se queda y retoma su relación con Ettore, quiero decir, con Cesare. Entonces no volverá a ver los atardeceres de Roma, ni reirá junto a mi -el Hombre con mayúscula- en un pequeño cuartucºho del Trastevere, cerca de Tíber

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