miércoles, 18 de mayo de 2011

Una historia sin importancia

(Fábula histriónica )

En el viñedo el sol surgía tras las montañas, en los últimos días de la vendimia, hacia las ocho de la mañana. once horas de intenso sol incidieron con tesón en las uvas de aquel racimo. Sucedió que la uva de la que hablábamos se hallaba a trasmano, bajo la sombra de una amplia hoja que por capricho de la naturaleza se hallaba en aquel ángulo. Debido a estos y otros condicionantes la uva no acabó siendo una de aquellas lozanas uvas gigantescas de su racimo, lo cual no le libró de la llegada de un gusano que mordió su piel mientras -ironías- dejaba sin tocar las grandes uvas, que sobrevivieron frescas e imponentes, ejemplares destacados de su variedad. Llegó la vendimia y recogieron todas las uvas, que acabaron esparcidas en lo que se llama un pasero, que es una porción de terreno cubierto por una lona o plástico. Allí se dejan a secar las uvas que acabarán convirtiéndose en pasas. En esta ocasión, la uva a la que nos referimos fue colocada en un lugar donde recibió directamente los rayos del sol, de manera que su pulpa ya carcomida por las plagas se secó mucho antes que la de sus congéneres. Fueron todas recogidas el dí señlado y transportadas en grandes cestos hasta una pequeña fábrica, casi artesanal, donde u n especie de embudo automatizado distribuía las pasas en montones de 375 gramos que la misma máquina embolsaba merced a un ingenio que transportaba cints de plástico , las cortaba y las termosellaba. Quiso el destino que la uva maltratada que se convirtió en pasa reseca acabara en la parte superior de una de aquellas bolsas. Las bolsas fueron colocadas en cajas de 20 uniddes cada una y estas cajas fueron empaquetadas en conjuntos de diez cajas. Estos portews fueron cargdos en una furgoneta y llevados a un centro de grandes compras y distribución logística de un importante hipermercado. Allí las cajas fueron desenvaladas, repartidas a diversas sucursales y finalmente colocadas en las estanterías de compra justo el día 14 del mes, pocas horas antes de que Esperanza Sierra Pasara pòr allí aprovechando que habían anulado una reunión que tenía aquella tarde. Compro la bolsa de uvas pasas en que se hallaba la uva susodicha. La llevó a casa, la colocó en un bol que puso sobre la mesilla junto a la tele, allí donde se hallaba su marido, Antonio Fernández, viendo el futbol, que ya había comenzado.

Luisito Fernández Sierra, hijo de ambos, de cinco años de edad se acercó curioso. Preguntó que era aquello del bol. Vio a su padre comer las pasas con fruición, y a pesar de su aspecto extraño (aquellas arrugas) se decidió a probar una,tal como le pedían sus padres. To mo la uva mordida por un gusano, la que se había desecado bajo el fiero sol. la probó mordiendo una esquina. El sabor le desagradó profundamente y acabó tirándola asqueado, bajo la mirada reprobatoria de su padre (a quien no le gustaba que su hijo escupiera) y su madre.

En el futuro el niño dirá siempre que no le gustan las pasas aunque en puridad solo probó una y esta una era justamente la peor que podría haber probado. Y sin embargo siempre miró las pasas con desagrado y repugnancia manifiesta.¿Es ello justo, equitativo acaso? ¿Razonable?

De la misma manera actúa el mundo con nosotros.

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