viernes, 7 de mayo de 2010

Club

En el número 324 de la calle Muntaner, muy cerca de la muy centrica Diagonal de Barcelona, se halla cierto restaurante de cocina tradicional catalana, menú interesante, raciones abundantes y vinos de calidad mediana: un local similar a tantos otros, decorado en madera rústica, que la noche en que comienza esta historia fue escenario de la cena de despedida, a finales de julio, dos días antes de las vacaciones, de los empleados de la empresa Inselve gestiones integrales S.A., dedicada a la organización logística. Durante el transcurso de la velada, tal como sucedía cada año, se brindó por el señor Ferreres, director ejecutivo, lamentando con sarcasmo malévolo su repentina indisponibilidad para acudir a tal evento, puesto que, como casi siempre, asuntos de urgente resolución le impedían asistir. Bastos, el de Carteras e Impagados, hizo una pedorreta muy expresiva en el momento en que todos alzaban sus copas para brindar, sirviéndose para ello del viejo método de colocar la mano, ahuecada en el sobaco y apretar este contra el cuerpo.
Una vez hubieron dado buena cuenta de menú, postres, cafeses, coñacs y puros, y tras una larga sobremesa, se agolparon todos en la puerta para los muchos adioses y últimas comentarios, tras todo lo cual se inició la diáspora. Recasens, el protagonista del presente relato, y un compañero de sección llamado Tamayo ( quien pronto saldrá del curso de la narración, por cierto ) se acompañaron mutuamente hacia el Parking, en donde recordaban haber aparcado el coche, aunque tras la ingestión de tales cantidades de alcohol no solo no podrían conducirlos de manera adecuada, si no que ni siquiera podían recordar en donde cojones se hallaba la entrada del susodicho lugar. Decidieron llamar a un taxi. Por el camino le preguntaron al taxista si podía llevarlos a un club con chicas que estuvieran bien. Putas finas gorgeó Tamayo a grito pelado, arrastrando la lengua por efecto del alcohol. En la puerta les miraron de hito en hito pero les franquearon el paso. Al fin y al cabo eran señores respetables, de esos que siempre llevan corbata, aunque a estas alturas estuviera dolosamente desaflojada. Se agarraron a la barra como para no caerse. Recasens miraba a su alrededor con esa mirada turbia de los borrachos que contemplan la belleza ajena a las cinco de la mañana. Se le acercó una chica que afirmó llamarse Chantal y provenir de la lejana y tropical Colombia. Recasens, durante el abrazo que ella aprovechó para arrimar su carne fresca y juvenil, aprovechó para palparle el culo. Yo también fui humano alguna vez, se dijo, cuando la sangre me corría por las venas.

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