jueves, 21 de abril de 2011

La puta de la cabra

Es difícil imaginar que extrañas circunvalaciones había designado el cielo para que aquella cabritilla se salvara del naufragio del Baltic Star, un buque que como su nombre no podía menos que designar, ni hacia ruta por el báltico ni lucía bandera de país alguno bañado por aquel mar. Y no obstante, allí estaba aquel animal, balando erguida sobre una tabla desbalastada a la que quise aferrarme entre el oleaje. La imágen es digna de recordar aún en las peores horas y verme allí tumbado, con el animal lamiéndome la cara en las interminables horas en que flotamos a la deriva lo merece sin duda. Esas y otras horas tan amargas las pasé delirando sobre el malogrado final del barco. Pensaba en mi mujer y la imaginé sobre otra tabla, junto a otra cabra. Y se acostaría a chupar de su ubre, como hacía yo en las horas más cenitales del día. Luego me acordé de cuanto la odiaba, a mi mujer, me refiero, y con cunto placer la hubiera visto hundirse.

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