lunes, 14 de septiembre de 2009

Entonces tu sed de poder se verá colmada

Por eso, amigo Petronio, no creo en la posibilidad de derrota de la que como ínclito amigo vienes a avisarme. Mis legiones avanzarán sobre las vias imperiales hasta la mismísima Roma, donde depondrán al malhadado emperador Floriano para colmar las súplicas de la Plebe, que tanto deplora la perfidia con que el senado pretende seguir enriqueciendo las arcas de nobles patricios y tribunos despiadados e insensibles ante el sufrimiento del pueblo. Más de cincuenta Trirremes han partido de los puertos de Numidia con dirección a Etruria, donde, si el dios Eolo nos es benevolente, arribarán en dos días. En las naves se corea mi nombre con entusiasmo, al igual que entre los regimientos legionarios que ya descienden los Alpes, entre los que, aunque mucho han recorrido desde las lejanas fronteras en torno al campamento de Augusta Treverorum, mucho es también el entusiasmo y la fe depositada en la redención de los males de nuestra nación una vez tome en mis manos los destinos del imperio, las riendas de su gloria. Y a no tan alta gloria aspiro como verme coronado de un pueblo próspero y triunfante. Sí, fui el principal general del emperador, pero justo por ello no es traición, si no patriotismo oponerme a sus desmanes con brazo firme y conciencia clara. Me coronarán con el laurel protector, desfilaré bajo el arco de triunfo con mi carro dorado, sosteniendo con una mano las riendas de 12 caballos blancos y con la otra la cabeza del derrocado Floriano, que mostraré como último escarnio pues no pienso ordenar que la entierren para que así su alma vague eternamente sin hallar jamás el el camino hacia la barca del terrible Caronte. Eso haré, amigo Petronio, y quizás en unos años tú mismo, tú, mi más avisado y valioso oficial, tú, Petronio a quien tengo como hermano más que como amigo, me verás como tonante emperador, embebido de poder y soberbia, y entonces clamarás por salvar al pueblo del pesado yugo en que se ha convertido mi dominación sobre ellos y engendrarás en ti los mismos sueños que yo albergo, y mandarás las legiones, cuyo mando yo te concederé, a cercenarme la cabeza como yo hago ahora con mi antecesor.

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