viernes, 28 de agosto de 2009

Gone with the wind

Tras repasar los botones de su guerrera y atusarse el pelo, y mientras acariciaba la cruz de guerra que colgaba de su cuello, el teniente Eckhardt ordenó disparar. Durante el breve lapso que siguió a las detonaciones, pensó en los campos cubiertos de niebla, el sabor acre del amanecer en la trinchera, el vuelo de cien estorninos en el cielo impoluto. En algún lugar el viento jugaría con el cabello de muchachas que ríen y juegan, empujaría las nubes hasta el horizonte, se enredaría en las hojas irisadas de los olmos, justo en ese momento en que ordenó disparar, y diez fusiles tronaron al unísono en el patio, atravesaron la piel, horadaron la carne, dejaron rastros de polvora en los intestinos, astillaron los huesos y traspasaron el cuerpo para empotrarse contra el muro de ladrillo a su espalda. Después, cien estorninos volaron en bandada hacia el este, la niebla cubrió los campos alrededor del cuartel, el amanecer se volvió amargo.

El capitán médico se acercó y, tras breves comprobaciones, certificó la muerte del teniente Eckhardt.

Y sin embargo, no dejó de soplar el viento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario