domingo, 4 de octubre de 2009

Morderás el polvo

Es hora de restañarse las heridas, bajar la inflamación del ojo derecho, escupir sangre mezclada con saliva. Un dolor impreciso en el abdomen, en el pecho, recuerda la furia que se derramó en el combate, como una fiera apenas humana, los guantes bien ajustados hasta apretar los tendones. Un derechazo, saber mover bien los pies, dibujar una finta, aguantar la embestida y de nuevo un nuevo golpe, y otro más. Después contemplará la noche desde la vitrina de un taxi, sentirá su olor a rancio y a callejón oscuro. Latirá la noche como late a fuego su vientre, su corazón que lucha como lucha el instinto en el ring. Si al menos Betty le esperara en casa después del combate, con la bata casi desanudada, y sus pechos florecientes asomando desde el corsé. Pero Betty no está, y en algún bar de mala muerte un desgraciado la estará sobando con sus manos blandas de abogado, con sus sucias manos manchadas de dinero sucio, de finanzas ocultas, y este dolor ya no tendrá sentido, los golpes habrán sido más merecidos que nunca. Si gira el cuello siente una punzada, si mueve las manos nota la presión sobre los tendones. Deslizándose por el asfalto, el taxi sigue atravesando la noche. Semáforos en verde, letreros de locales cerrados, parques abandonados, almacenes vacíos, talleres, más edificios, luz insuficiente de lejanas farolas. En la noche todo existe como en su alma, vacío, sucio, abandonado. Le queda una botella de Whisky en alguna parte, peor prefiere parar en Joe´s de la septima avenida con Wallace Street. El taxista le mira de reojo ¿Quién puede querer acabar en semejante antro? Y así cada noche se repite todo siempre

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