El guerrero volvió a la carrera. Parapetado tras el muro, jadeaba intensamente, mientras intentaba calmar los nervios, volver a enfocar la vista, recuperar resuello y determinación. No vió a ninguno de los de su batallón por los alrededores, probablemente estuvieran también ocultos, mordiendo el polvo, enterrándose hasta las cejas en el suelo para poder seguir viviendo y matando. O puede que estuvieran muertos, que más da. Notó aquel olor a pólvora y a excrementos, y a muerte y a tierra removida tan característico de la guerra, sintió la sangre latir en las venas cada vez que el corazón palpitaba con aquella fuerza inusitada. Quería volver al catre del cuartel, más aún, regresar a casa, quería volver a probar el rosbeef de su madre, abrazar a su hermana, beber cerveza en el sofá, conducir su coche al amanecer entre las montañas de vuelta a su valle. Así que tomó el fusil, se levantó por sobre el muro y disparó repetidas veces.
-Cabrones- musitó cuando volvió al refugio del parapeto. Había descubierto que no iba a ser tan fácil. ¿Dónde están los malditos helicópteros cuando se les necesita?
Y por si fuera poco, se le había acabado el tabaco.
2 comentarios:
Ves? los finales así son los que me gustan!
¿Cuando se acaba el tabaco?
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