lunes, 2 de febrero de 2009

Luz, más luz

A tres mil pies de altura sintieron el fogonazo, la blanca luz en la noche, sobre las nubes y sobre el mundo. El fuselaje del avión parecía intacto, solo un leve olor a chamusquina inquietaba a los pasajeros, nada importante, pensaron, y las pantallas seguían ofreciendo datos plausibles sobre temperatura exterior, millas recorridas y fuerza del viento medida en nudos. Todo igual de limpio y exacto. Pero... ¿Quién podría olvidar el rayo, su fulgor extremo, tan solo unos instantes detenido en la nada que es el cielo?

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